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  • Foto del escritorDpto. Editorial

El packaging es un elemento fundamental en la proyección de la marca.

Como tal, las mayores exigencias en su calidad técnica y visual son todo un reto en el escenario al cual se enfrenta la impresión y conversión. Como es obvio, esas mayores exigencias afectarán a buena parte de las dinámicas de la fabricación y condicionarán directa o indirectamente la productividad, los objetivos de sostenibilidad, los costes y sobre todo nuestra rentabilidad.

Siendo prácticos, el objetivo fundamental del impresor no es ganar una carrera para ver quien logra imprimir con más resolución, con más color, más rápido o más barato. El verdadero objetivo es el cumplir satisfactoriamente con los requisitos y expectativas que el cliente ha establecido al respecto de las funcionalidades del propio envase o embalaje y ante todo, hacerlo de forma consistente y rentable.

Con este escenario, los impresores están muy necesitados de alternativas que les permitan responder adecuadamente a ese reto. Para ello, tenemos la suerte de vivir en una etapa de innovación tecnológica absolutamente extraordinaria. Pero las cosas no son tan fáciles como parece, no todo lo resuelve esa innovación.


“Innovación” es una palabra que suena muy bien.



Cuando una empresa pretende diferenciar su portafolio de productos o servicios, rara vez no acude de inmediato la palabra “innovación” y la repite constantemente como argumento. Ciertamente todos tenemos claro que hay que innovar y hay cierta ansiedad con ello, tanta que cuando se presenta una nueva solución, difícil resulta no verla identificada en algún momento y en letras mayúsculas como “INNOVADORA!!”, como si por el simple hecho de ser algo nuevo y diferente fuese ya necesariamente algo definitivo ante una determinada necesidad.




El verdadero sentido de “innovar” es el “cambiar”, es hacer las cosas de una manera distinta a como las hemos hecho hasta ahora para intentar mejorar. Normalmente tendemos a pensar que la innovación está en lo original de una tecnología, en su diseño o en las ventajas que propone. Pero no olvidemos que, en realidad, la tecnología no es más que una herramienta que nos ayudará, mejor o peor, a superar nuestros límites o responder satisfactoriamente al reto de diferenciarse y ganar, pero somos nosotros quienes habremos de hacerla funcionar en nuestro contexto de producción.


¿Queremos diferenciarnos para ganar?, pues claro…!.


Pero aun siendo una obviedad, una empresa no gana porque sus procesos sean simplemente diferentes o porque invierta en una determinada tecnología, sino porque esos procesos son más eficientes que los de otros. Por lo tanto, se trata de mejorar la eficiencia en todo lo que hacemos, esa es la primera prioridad.

Si queremos ser más eficientes, no solamente tendremos que invertir en capacidad tecnológica; ¿de qué nos sirve invertir en más y más recursos tecnológicos si es posible que aún no sepamos cuáles son las barreras que nos impiden mejorar en las condiciones actuales, donde están en concreto nuestras áreas de mejora o dicho de otra forma, cuales se supone que son las razones fundamentales por las que debemos escoger una determinada alternativa?.

La eficiencia siempre es la prioridad y debe estar presente en todos los ámbitos del trabajo; ya sea en la gestión comercial, en la del diseño, en la de producción, en la logística, etc…

Pero es en la impresión, por sus condicionantes, donde probablemente se suelen suceder la mayor parte de las dificultades, ya que imprimir es algo muy complejo por la cantidad de variables que participan y fundamentalmente por la incertidumbre que esas variables provocan en las expectativas que tengamos del resultado.

La incertidumbre es un síntoma de ineficiencia y la ineficiencia es el gran generador de COSTE; es un agujero por donde se escapa nuestro beneficio, nuestra competitividad y nuestro futuro.

La eficiencia en los procesos nos permite trabajar en un entorno más predecible. Ser predecibles en la impresión es siempre uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos.

Pero hablar de predecibilidad es a veces tabú, sobre todo en flexografía, sistema de impresión ampliamente utilizado en la industria del packaging.


Aquí el hablar de predecebilidad es casi como hablar de milagros y como ya he dicho alguna vez, los milagros no existen en la flexografía, sobre todo teniendo en cuenta lo complejo que resulta el predecir con exactitud lo que va a suceder en un cuerpo impresor sin saber, por ejemplo, cómo se va a comportar una tinta en contacto con un polímero y un sustrato en altas velocidades.

Por lo tanto, no se trata únicamente de querer trabajar con más resolución, más velocidad o más color; si queremos ser más eficientes, debemos conocer mejor los factores que pueden condicionar, directa o indirectamente, el rendimiento del conjunto impresor. En este sentido, hay muchos de esos factores que están más allá de las capacidades que pueda aportar la propia tecnología; como la revisión y actualización de procedimientos, la capacitación, el mantenimiento, la calidad de la información, etc.

Debemos luchar por ser competitivos…, debemos hacer las cosas tan bien y ser tan buenos en lo que hacemos que no se nos pueda ignorar. Pero… ¿cómo llegar a ser el mejor?.

Sin duda, deberíamos empezar por trazar un plan y una meta. ¿Cuál es su plan?, ¿lo tiene decidido?. Si no lo ha hecho, tenga en cuenta que es posible que su competencia lo tenga ya y lo esté poniéndolo en práctica, por lo que no hay tiempo que perder.

Si el primer paso de su plan es conseguir mejorar sustancialmente su nivel de eficiencia porque considera que es el camino más corto hacia la rentabilidad, tenga presente el orden de prioridades. El primer recurso es la experiencia y la gestión de nuestro conocimiento como valor que nos define y diferencia de los demás. El conocimiento es la base de todo y en estos nuevos retos a los que nos enfrentamos, ese conocimiento va a ser más importante que nunca. Por lo tanto, debemos saber aprovecharlo bien, analizar nuestro grado de competencia en cada proceso e identificar donde están nuestras fortalezas y debilidades para poder actuar antes de invertir en costosas tecnologías. En otras palabras, debemos desarrollar el talento en las personas, porque no es suficiente con poner en sus manos una nueva y sofisticada herramienta; no solo tiene que haber un “porqué” y un “para qué”, debe existir un adecuado procedimiento de implementación y una formación continua.

La capacitación es una prioridad absoluta en esta nueva revolución tecnológica en la que estamos entrando bruscamente. Si no se actúa a través de ella, si no se trabaja continuamente por superar nuestros límites individuales y colectivos, si no se capacita adecuadamente a la gente para utilizar esas tecnologías correctamente, difícilmente te diferenciarás, no serás más competitivo, no crearás valor para tus clientes o para tu empresa y por descontado, tampoco generarás rentabilidad.

En definitiva, hay que cultivar el conocimiento en aquello que haces o perderás.

No importará si inviertes en más tecnología, en la mejor maquinaria, tinta o plancha, ya que sus prestaciones hace tiempo que superaron nuestras propias capacidades de sacarles el máximo rendimiento, por lo que el límite de ese rendimiento siempre quedará definido por el del nivel de ignorancia o conocimientos que el usuario tenga de ella.

Escrito y publicado por Miguel Ángel Beltrán.

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